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DE SER A SER.


El gran enemigo de la relación humana es nuestro propio y limitado ego. Existen muchos impedimentos que surgen del mismo: el orgullo, la altivez, el afán de posesividad, las expectativas, las proyecciones, el resentimiento, la necesidad de imponerse, las dependencias emocionales, el miedo y la inseguridad, y tantos más. Muchas veces, si no somos capaces de amar más consciente e incondicionalmente y la relación se torna superficial, es por los condicionamientos del ego. Las relaciones se vuelven egocéntricas y egoístas....


Conocerse a sí mismo es necesario para entablar relaciones fecundas con los demás y no tintarlas de juicios, prejuicios, temores y autodefensas psiquícas. Pero hay que conocerse a sí mismo en lo profundo, para ir desgranando lo que uno es y lo que uno no es, y liberarnos de todo lo adquirido, de todo lo que creemos ser y no somos. Si no nos conocemos y nos saneamos emocionalmente, la relación se instala en una posición de egos y de carencias emocionales que en lugar de acercar a las personas, las distancia, igual que las vías de un ferrocarril no convergen. La relación desde el ego, da lugar a impositivismos, exigencias, celos, rivalidad, dependencias y reproches, donde no faltan las frustraciones y un silencioso resentimiento. La relación se celebra en líneas paralelas.

El ego siempre está juzgando, comparando, apegándose o creando aversión. No nos conocemos a nosotros mismos ni conocemos a los demás. La comunicación se vuelve muy pobre y limitada y, lamentablemente, ni siquiera hay vislumbres de lo que es la verdadera comunión. La comunicación es superficial, pero la comunión es profunda y reveladora. La comunicación puede ser muy engañosa, pero la comunión tiene lugar desde el yo más hondo y honesto. Desde un ego exacerbado nunca puede haber verdadero amor. Puede haber placer, intercambio de ideas, distracción, engaños y autoengaños, pero no amor.


Cuando no se tiene un ego controlado y maduro, la persona no tiene ojos para mirar las necesidades de los demás y se empantana en las suyas propias. Facilmente nos sentimos agraviados u ofendidos, desplazados, aprisionados en nuestras inútiles autodefensas que de nada nos defienden, sino que nos impiden fluir, estar en apertura, ser espontáneos y afables.


En la medida en que nos hacemos más conscientes, también la relación adquiere otra cualidad. Hay una conexión más directa y plena entre las personas. De algún modo el ego incontrolado es un modo sutil de violencia: reprochamos, nos imponemos, hacemos cargo a las otras personas, exigimos y las manipulamos. Cuando hay violencia no hay amor. La violencia también se manifiesta en palabras acres, sarcasmo e hiriente ironía.


Se obtiene un plano mucho más elevado de comunicación y de comunión transformativa y reveladora cuando somos capaces de ir un poco más allá del amor egocéntrico. La comunión entre personas solo es posible cuando caen las barreras y el ser emerje entre las densas capas de la personalidad. Entonces tiene lugar un lenguaje muy sentido y veraz y que está más allá de las engañosas palabras y los farragosos conceptos. Cuando la relación es desde la esencia o ser y no desde el ego o la personalidad, surge un vínculo muy poderoso entre las personas y uno comprende en sí mismo y desde adentro, la antigua instrucción que reza: AL HERIRTE, ME HIERO.

Ramiro Calle.

Director del Centro de Yoga Shadak y escritor.

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